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Acusación de oficiales de alto rango, Gog & Magog Ediciones, La materia de este mundo, Madre primeriza, Más vieja, Sharon Olds
Más vieja
Cuanto más vieja me pongo, más me siento
casi hermosa- no mi cara, una cara común,
puritana, sino mi cuerpo. Y tendré
cincuenta, pronto, mi cuerpo
se marchita, huesudo, y me gusta su
rugosidad plateada, la piel que se afina,
la superficie de un lago rizada por el viento, un espectro
arrugado, un pliegue de humo. Sin embargo
cuando miro hacia abajo puedo ver, a veces,
cosas que, si las viera una mujer joven, la harían
gritar como en una película de terror,
quedo convertida en bruja en un instante—si me inclino
lo suficiente, puedo ver la piel fina
de mi estómago frunciéndose
y colgando en pequeños picos, como yeso fresco.
Y sin embargo puedo imaginarme a los ochenta, hecha
enteramente, por fuera, de eso,
y haciendo el amor con la misma dignidad
animal, el túnel todavía igual
al interior de una bráctea color frambuesa.
De pronto me veo joven a mí misma
al lado de esa octogenaria, me veo
como su hija, mi carne suelta y drapeada
muestra los ángulos largos de estos extraños
huesos como las manijas de utensilios de cocina hechos en el cielo.
Cuando era más joven, me veía a mí misma,
a veces, como el tosco dibujo de una hembra—
los pechos, el destello de las caderas de los años 40—
pero este grisáceo ser abollado es confortable como
una vieja prenda favorita, es casi
amable, ahora, para mí. Por supuesto, es
el amor de él el que estoy viendo, el trabajo de su pulgar
sobre este centavo de la suerte —cinco veces
cinco años en su bolsillo. Quizás
aún si me muriera, él no me vería fea.
A veces, ahora, bailo
como humo chato sobre una chimenea.
A veces, ahora, creo que vivo
en el lugar donde se hace la bebida solemne, salvaje
de acabar, no estoy todo el día acabando,
pero vivo todo el día en el lugar donde eso se hace.
. . . . . . . . . . . . . . .
Acusación de oficiales de alto rango
En el zaguán arriba de del hueco de las escaleras
mi hermana y yo nos encontrábamos de noche,
ojos y pelo oscuro, los cuerpos
como gemelos en la oscuridad. No hablábamos
de los dos que nos habían llevado allí, como generales,
por sus propios motivos. Nos sentábamos compañeras
en la guerra fría, su cuerpo vivo la prueba de
mi cuerpo vivo, de espaldas al leve
cráter de obús de las escaleras, por donde
tendríamos que bajar, sin saber
más que loque habíamos aprendido allí,
así que ahora
cuando pienso en mi hermana, las suturas
y las marcas de las golpizas de su doctor esposo,
y las cicatrices de las operaciones, siento la
ira de un soldado parado sobre el cuerpo de
alguien a quien mandaron al frente de batalla
sin entrenamiento
ni arma.
. . . . . . . . . . . . . . .
Madre primeriza
Una semana después de que naciera nuestra hija,
me arrinconaste en la habitación de huéspedes
y nos hundimos en la cama.
Me besaste y me besaste, mi leche desató su
nudo corredizo y caliente a través de mis pezones,
empapó mi blusa. Toda la semana había olido a leche,
leche fresca, agria. Empecé a latir:
mi sexo había sido desgarrado como un trapo
por la corona de su cabeza, me habían cortado con un cuchillo
y cosido, los puntos tiraban de la piel—
y la primera vez que te rompen, no sabes
que vas a cicatrizar, mejor que antes.
Me acosté con miedo y sangre y leche
mientras me besabas y me besabas, tus labios calientes,
hinchados como los de un adolescente, tu sexo grande y seco,
todo tú tan tierno, te inclinaste sobre mí,
sobre el nido de puntadas, sobre
lo rajado y desgarrado, con la paciencia de alguien que
encuentra un animal herido en el bosque
y se queda con él, a su lado
hasta que vuelva a estar entero, hasta que pueda correr de nuevo.
. . . . . . . .
Estudio Bíblico: 71 a.C.
Después de derrotar a la armada de Espartaco
Marco Licinio Craso
crucificó 6000 hombres.
Eso dicen los documentos,
como si hubiera clavado los 18.000
clavos él mismo. Me pregunto cómo
se sintió, ese día, si salió a la intemperie
entre ellos, si caminó por esos bosques
humanos. Creo que se quedó en su tienda
y bebió, y quizás copuló,
oyendo las canciones en su honor,
la sintonía de instrumentos de viento
que estaba haciendo él de una sola vez, elevado a la potencia de seis mil.
Y quizás se asomó, a veces,
para ver las filas de instrumentos,
su huerto, la tierra erizada con eso
como si un parche en su cerebro le picara
y ésta fuera su manera de rascarse
directamente. Quizás le dio placer,
y un sentido de equilibrio, como si hubiera sufrido,
y ahora encontrara una compensación,
y una voz. Hablo como un monstruo,
alguien que hoy en día ha pensado largamente
en Craso, en su éxtasis por no sentir nada
cuando otros sienten
tanto, su ardiente levedad de espíritu
por ser libre de caminar por ahí
mientras otros son crucificados sobre la tierra.
Puede haber sido el día más feliz
de su vida. Si se hubiera cortado
la mano con una copa de vino, dudo que hubiera
tomado conciencia de lo que estaba haciendo.
Es aterrador pensar en él que ve de repente
lo que él era, pensar que corre
hacia afuera, para tratar de bajarlos,
un hombre para salvar 6000.
Si hubiera podido bajar uno,
y verle los ojos cuando el nivel de dolor
caía como en un vuelo repentino hacia el placer,
¿no habría eso abierto en él
el terror feroz de entender al otro? Pero entonces habría tenido
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más. Posiblemente casi nunca
pasa, que un Marco Craso
tome conciencia. Creo que durmió, y se despertó
al sueño de su conciencia, levantó la abertura de su carpa
y miró lentamente hacia afuera, a los susurros y crujidos
de su prado viviente —suyo, como un órgano
externo, un corazón.
. . . . . . . .
La promesa
Con el segundo trago, en el restaurant,
tomados de la mano sobre la mesa vacía,
hablamos de eso otra vez, renovamos nuestra promesa
de matarnos el uno al otro. Estás tomando gin,
el enhebro azul noche
se disuelve en tu cuerpo, yo tomo Fumé,
mastico su tierra fragante y ahumada, estamos
recibiendo tierra, ya somos en parte polvo,
y donde sea que estemos, estamos también en nuestra
cama, encajados, desnudos, a lo largo uno del otro,
cercanos, embriagados
después del amor, entrando y
saliendo del borde de la conciencia,
nuestros cuerpos felices, entrelazados. Tu mano
se tensa sobre la mesa. Te da miedo
que me acobarde. Lo que no quieres
es agonizar en una cama de hospital por un año
después de un infarto, incapaz
de pensar o de morir, no quieres
que te aten a una silla como a tu impecable abuela,
profiriendo insultos. El cuarto en penumbras
a nuestro alrededor,
globos de marfil, cortinas rosadas
ceñidas por la cintura —y afuera
un anochecer de verano tan leve,
alto, luminoso. Te digo que no me
conoces si creer que no te
mataré. Piensa en cómo hemos flotado juntos,
mirándonos a los ojos, pezón contra pezón,
sexo sobre sexo, las mitades de una criatura
resurgiendo hasta el borde de la materia
y sobrepasándola —me conoces de la brillante
sala de partos salpicada de sangre, si un león
te tuviera entre sus dientes yo lo atacaría, si las sogas
que ataran tu alma fueran tus propias muñecas, yo las cortaría.
. . . . . . . .
Por qué mi madre me hizo
Quizás yo soy lo que ella siempre quiso,
mi padre en mujer,
quizás soy lo que ella quería ser
cuando lo vio por primera vez, alto e inteligente,
parado en el patio de la universidad con la
luz dura y masculina de 1937
brillando en su pelo engominado. Ella quería ese
poder. Quería ese tamaño. Tironeó
y tironeó a través de él como si él fuera caramelo
oscuro de bourbon, tironeó y tironeó y
tironeó a través de su cuerpo hasta que me sacó,
pegajosa y brillante, su vida después de su vida.
Quizás yo sea como soy
porque ella quería exactamente eso,
quería que hubiera una mujer
muy parecida a ella, pero que no se retaceara, así que
se apretó fuete contra él,
apretó y apretó la pelota clara
y suave de sí misma como un palo de crema batida
contra el agrio rallador metálico manchado
hasta que yo salí atravesando el cuerpo de él,
una mujer alta, manchada, agria, filosa,
pero con esa leche en el centro de mi naturaleza,
estoy recostada aquí como estuve alguna vez recostada
en la curva de su brazo, su criatura,
y la siento mirándome como el
hacedor de una espada mira el reflejo de su cara en
el metal de la hoja.
. . . . . . . .
Poema tardío a mi padre
De pronto pensé en ti
de chico en esa casa, los cuartos sin luz
y la chimenea caliente con el hombre frente a ella,
silencioso. Te movías a través del aire pesado
en tu belleza, un niño de siete años,
indefenso, inteligente, había cosas que el hombre
hacía a tu lado, y era tu padre,
el molde del que estaba hecho. Abajo en el
sótanos, los barriles de manzanas dulces,
recogidas del árbol bien maduras, se pudrían y
se pudrían, y más allá de la puerta del sótano
el arroyo corría y corría, y algo no te fue
dado, o algo te fue
quitado, algo con lo que habías nacido, de modo que
aún a los 30 y 40 te llevabas
cada noche la medicina aceitosa a los labios para que te ayudara
a caer en la inconsciencia. Siempre pensé que
el punto era lo que nos hiciste a nosotros
como hombre grande, pero después recordé a aquel
niño formándose delante del fuego, los
pequeños huesos dentro de su alma
retorcidos y rotos desde el tallo, los pequeños
tendones que sujetaban el corazón en su lugar
se quebraron. Y lo que te hicieron
tu no me lo hiciste. Cuando te amo ahora,
me gusta pensar que le estoy dando mi amor
directamente a ese niño en el cuarto del fuego,
como si pudiera llegarle a tiempo.
. . . . . . . .
Las muertas
Cuando le pregunto a mi madre si puede recordar
si mi mejor amiga de los nueve años
se murió antes, o después, que su madre—
habían pintado su árbol con pintura de plomo
en el garaje cerrado— mi madre describe
lo furioso que se puso el padre de mi amiga,
años después, cuando mi madre y su segundo
marido les ganaron a él y a su segunda esposa
el concurso de vals. La voz de ella es melodiosa,
le encanta ganar, la pérdida de su rival
un caramelo erótico. Por un momento entiendo
que no sería totalmente malo
si mi madre muriera. Qué interesante
estar en el mundo cuando ella no estuviera —qué
raro respirar aire que ella no hubiera respirado
antes. Hasta puedo tener una visión de ella muerta,
por un segundo —boca arriba, desnuda, como mi padre
pequeña, mi padre como una mujer, la boca
abierta, como estaba la de él. De pronto, no siento
miedo —como si nadie me fuera a lastimar.
Y están juntos otra vez, un instante —un par de
cosas nupciales, ¡una tenaza! Como si me hubieran
entregado como un mensaje y después los hubieran ejecutado.
No pueden deshacerme. Puedo agradecerles tranquilamente
por mi vida. Gracias por mi vida.
. . . . . . . .
Última hora
En el medio de la noche, me hice una cama
en el piso, alineándola fielmente a mi madre,
la cabecera hacia las colinas, los pies hacia la Bahía donde
los pájaros vadean para buscar moluscos —me acosté,
y el primer cascabel de la muerte sonó
con su autoridad del desierto. Ella tenía ese aspecto de
niño cantor en un ventarrón,
pero su cara se había vuelto más material,
como si los tejidos, almacenados con su vida,
estuvieran siendo reemplazados desde algún abastecimiento general
de jaleas y resinas. Su cuerpo la respiraba,
crujidos y chasquidos de mucosidad, y después
ella no respiraba. A veces parecía
que no era mi madre, como si hubiera sido sustituida
por un ser más adecuado a esa tarea,
una criatura más simple y más calma, y sin embargo
saturada del anhelo de mi madre.
La palma de mi mano le rodeaba la coronilla
donde latía su corazón feroz, la otra mano sobre su
hombro pequeño, me mantuve a la par de ella,
y entonces empezó a apurarse,
a adelantarse, después se quedó quieta y su
lengua, manchada como motas de maná,
se levantó, y un jadeo se formó en su boca,
como si lo hubieran forzado a entrar, después la calma. Después otro
suspiro, como de alivio, y después
la paz. Esto siguió por un rato, como si ella estuviera
expresando, sin apuro,
sus sentimientos sobre este lugar, su tierra
y apesadumbrada conclusión, y después, contra
la palma de mi mano en su cabeza, el regalo de no
sufrir, ningún latido;
por momentos, sus latidos parecían curvarse—
y después sentí que ella no estaba allí,
sentí como si ella siempre hubiera querido
escaparse y ahora se hubiera escapado.
Entonces se transformó,
despacio, en una cosa de hueso,
que marcaba el lugar donde ella había estado.
. . . . . . . .
La materia de este mundo – Sharon Olds
Gog & Magog Ediciones, 2015
Traducción: Inés Garland e Ignacio Di Tullio
O. O. dijo:
Bastante polémico (?) el uso de «armada» para traducir la palabra «army».
Un poco menos, pero no tanto, el de «pájaros vadean» en lugar de «aves zancudas» para traducir «the wading birds».
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